sábado, 15 de abril de 2017

Novios y padres

Novios. No sé qué le pasa a mi padre con ellos. No entiendo nada. Yo solamente quiero alguien que me dé y me demuestre su cariño y afecto, y cuando lo encuentro, él lo hecha a perder. Siempre la misma historia. Estoy harta ya.
Recuerdo a mi primer novio. Mi primer beso con él, mis primeras caricias, mi primer amor, mi primer todo. Al primero nunca se olvida, ese que te demostró su amor, en una manera estúpida e infantil, claro está. Esa manera de quedar a escondidas para que no se enterara nadie, esa manera de enrojecerme por lo nerviosa que me ponía, esa manera de besarnos como principiantes, esa manera de despedirnos con risitas y un pequeño besito... todo eso se fue al garete cuando llegó la hora de decírselo a mi padre. No lo sé, pensé que sería buena idea decírselo. Tan solo tenía 13 años, era un amor de críos, no duradero, pero bonito a la vez. Tan solo era una cosa de críos…

Entonces comenzó todo, mis miedos, mis inseguridades, mis mentiras…
Llegó el momento. Se lo dije. Un momento de silencio mientras yo esperaba una respuesta como “tráelo a casa a comer para que lo conozca” o “¿por qué no vamos los tres al cine?”, incluso un simple “vale” me valía. Pero no fue así. Nada fue así.
Al ver su reacción, al oír su primera palabra, todo mi mundo se desmoronó. No sabía qué hacer. Estaba muy asustada.
“¡Dame el número de ese hijo de puta!”. Cómo reacciona una niña de 13 años a eso, cómo puede volver atrás y deshacer lo que ha hecho. El silencio. El silencio siempre es la solución. No en ese instante.
Cogió mi teléfono móvil, aquel teléfono con teclas y el cual sólo tenía capacidad de llamar. Buscó, y lo encontró. Ahí estaba, entre mis llamadas, él. Lo llamó. Empezó a pitar. Mi corazón iba a salir de mi pecho, al igual que mis lágrimas caían hacia mi  boca, mezclándose con mi llanto y mis pequeños e inefectivos gritos.
Lo cogió, contestó a la llamada; él no sabía que no era yo, que el que iba a hablarle era un monstruo. Era de noche, así que al darle al botón de descolgar, él dijo “hola mi niña” y empezó a tocar el piano, dejando el móvil en un lado para que yo lo escuchara y cogiese el sueño, como siempre hacía. La música dejo de sonar, ahora venía el momento. Empezó a chillar, a insultarle de maneras que una niña no sabía ni que esas palabras existieran. Y siguió y siguió, hasta que acabó diciendo la barbarie más grande de toda esa conversación: voy a matarte a ti, a tus padres, hermanos e incluso a tu perro.
Dejó de latir. No me encontraba el corazón. No encontraba mis latidos. Siquiera sabía si seguía en pie, si me había mareado, si todo eso era verdad o era un sueño. Por desgracia todo era verdad.
Desde ese día mi mundo volvió a cambiar, ’mi chico’, se lo fue contando a todos, todos sabían lo que pasó, todos me temían. Ya nadie quería estar a mi lado, nadie quería darme una muestra de afecto, nadie quiso apoyarme, nadie. Excepto una, una persona que hoy en día sigue siendo muy valiosa para mí, una persona con la que contaba para todo, ella. Mi champi. La niña que me demostró que todo seguiría hacia delante, que de todo se puede salir. Nos apoyamos una en la otra, y nada ni nadie podían pararnos.
Después de todo, aún había esperanza. Aún quedaba algo por lo que luchar, o simplemente seguir viviendo. Después vinieron las demás, como mi gueta, la chica que nos alegraba los días, la chica que nunca, nunca dejaba de sonreír. También estaban las demás chicas, claro está que todas nos llevábamos genial, pero ellas dos eran las más importantes para mí.

Aún sigo teniendo miedo, ese miedo de comunicarle a mi padre que tengo novio. Aunque la verdad, si sólo tuviese ese miedo hacia él, todo sería distinto. No soy capaz de preguntarle si me deja salir; no soy capaz de decirle que me voy a ver una peli al cine; no soy capaz de decirle que el sábado tengo algún plan y que no voy a comer en casa; no soy capaz de no tener miedo.
Puedo entender, que, a raíz de que mi madre muriese, quiera protegerme, que no quiera que me pase nada. LO ENTIENDO. Lo que no entiendo es que no deje vivir un poco el día a día. Yo no quiero vivir para morir, lo que quiero es vivir para soñar, para llorar, reír, cantar, gritar, bailar, pensar. Quiero vivir hasta morir, no vivir para morir. Pero por desgracia, me han dejado claro que no es algo que pueda decidir yo. No es una opción siquiera. Solo es una ilusión.
Después de que todo lo del chico pasara, las broncas en casa no cesaron, los tirones de pelo, los tortazos. Nada cesó. Así que empecé a fumar. Necesitaba sacar esa rabia por algún lado, hacer desaparecer esa ansia, y el tabaco fue la opción más fácil y cercana. Tan solo tenía 13 años. No me avergüenzo de ello, no estoy orgullosa, pero no me avergüenzo. Podréis imaginaros todas las broncas que vinieron después cuando mi padre se enteró. Pero bueno, eso me da para escribir otro capítulo. Ya lo escribiré más tarde.
Volviendo al tema de los novios, desde el primero pasaron muchos, novios, líos, amantes… llamarlo como queráis, pero con la traición del primero al contar la conversación que tuvo con mi padre y al irse con mi mejor amiga, no volví a confiar en ningún chico. Los usaba como pañuelos de usar y tirar como quien dice. Nos besábamos y lo dejaba, me acariciaban y lo dejaba, hacíamos algunas cosillas y lo dejaba. Así tio tras tio. Desde mi punto de vista, la mayoría de las chicas tenemos una temporada de ser un poco “putillas” como dicen, aunque no esté para nada acuerdo con esa caracterización a una mujer que no quiera atarse a ningún hombre o simplemente no quiera tener una relación estable y quiera vivir según la marcha del día a día. Deberían de llamarse mujeres libres, mujeres independientes, no “putillas”.
Para cuando quise darme cuenta, había cogido una fama algo desagradable en el pueblo, así que empecé a “enderezarme”, a querer tener una relación estable. Pero nadie quería, todos me volvieron a usar. Y ahí entendí que, no debo estar presa de lo que me diga esta sociedad capitalista, machista, sometida al patriarcado, a tener que poner etiquetas a la gente, a tener que ser todos iguales pero diferentes a la vez, según el dinero que tengas. Después de todo, decidí seguir los consejos de mi madre, decidí hacer ser libre, hacer lo que YO quisiera y no lo que los demás dijeran; tener mis propias reglas y no las reglas que me impusiesen; decidí tener más de mí y menos de los demás.

De repente, todos querían volver a estar conmigo, todos querían seguir mis principios, seguir mi camino. Pasé de toda esa gente, me daban igual todos. Solamente era yo. Y punto. Nadie más en mi vida.

Dejaron de interesarse por mí para empezar a respetarme. Dejaron de seguirme para acompañarme. Dejaron de caminar, y echamos todos juntos a volar.

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Mi vida no vale nada, ni el diablo intentaría sobornarme por ella.

Bueno, creo que va siendo hora de hablar sobre mi madre y los recuerdos que me dejó. Con ellos, intentó enseñarme lo que no pudo en persona...